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¿Qué es la Semana Santa? me preguntan. ¿Es una manifestación de la religiosidad popular? ¿es un espectáculo público? ¿una muestra del poder de la iglesia? ¿una cuestión de prestigio social para sus participantes? ¿una celebración de la primavera? ¿un referente identitario? ¿es una oportunidad de negocio para las ciudades que la celebran? ¿es un espectáculo colectivo, artístico y fuertemente sensorial? ¿una forma de participar en el barrio, en la ciudad?

No sé si podría ser todo esto y muchas más cosas a la vez. Cuando me hago estas preguntas, respondo fundamentalmente pensando en la Semana Santa que he vivido y a la que vuelvo cada año sin que, desde luego, me empuje ninguna motivación relacionada con su aspecto religioso y mucho menos, económico.

Como antropóloga creo que la Semana Santa en Andalucía es un patrimonio cultural diverso, rico, complejo y polisémico. En cualquier caso no existe una única Semana Santa andaluza. Es un fenómeno diverso, vivido de distinta forma, con distintos significados y con diversa intensidad en cada municipio de Andalucía.

Una serie de actos rituales secuenciados ligados a un espacio y a un tiempo concreto, mezclan ceremonia y diversión, emotividad y tradición entendida de forma dinámica, lo material y lo inmaterial, lo corporal y sensitivo, lo público y lo privado, estructurando el orden vital, laboral y social de los colectivos que la celebran.

Largas horas y jornadas de preparativos, juegos, símbolos, cantos, músicas, escenificaciones, olores, códigos culturales y simbólicos son compartidos cada primavera. Los rituales festivos producen en los participantes un sentimiento de pertenencia que ningún producto de la sociedad de consumo individualista y homogeneizadora en la que se enmarcan puede cubrir.

Desde una visión objetual del patrimonio, la Semana Santa atesora una riquísima producción escultórica y de otros enseres desde hace más de 400 años, la mayoría, producto de la pedagogía barroca contrarreformista. No obstante, ni la antigüedad, ni el valor artístico de sus símbolos, explican su importancia en la actualidad. Esta misma iconografía religiosa ha dado lugar a varias consideraciones reduccionistas sobre la Semana Santa como afirma Isidoro Moreno en su prolija producción académica sobre el tema. Algunos la ven como un hecho exclusivamente religioso; otros, como una manifestación de iconodulia y fariseísmo religioso; otros, como un medio de legitimación del poder eclesiástico; y otras visiones utilitaristas ven en ella una oportunidad de negocio.


Ninguna de estas funciones, por sí sola, garantizaría su continuidad durante casi cinco siglos. Por el contrario, la Semana Santa, como otras fiestas andaluzas, es reflejo de diversidad, complejidad y riqueza cultural, de expectativas, intenciones y aspiraciones de quienes la organizan y celebran. Para comprenderla se deben aceptar sus múltiples dimensiones: religiosa, estética, social, urbana. Su permanencia es reflejo de la capacidad de socialización de los andaluces; sus iconos, cercanos y humanos, de la capacidad de relativizar lo que otros consideran verdades absolutas.

Fuente y Seguir Leyendo: La Semana Santa como Patrimonio Cultural.

Gema Carrera Díaz
Antropóloga. Coordinadora técnica del Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico

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